Lectura del libro de la Sabiduría Sab 2, 12. 17-20
Los malvados dijeron entre sí:
»Tendamos una trampa al justo,
porque nos molesta y se opone a lo que hacemos;
nos echa en cara nuestras violaciones a la ley,
nos reprende las faltas
contra los principios en que fuimos educados.
Veamos si es cierto lo que dice,
vamos a ver qué le pasa en su muerte.
Si el justo es hijo de Dios,
él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos.
Sometámoslo a la humillación y a la tortura,
para conocer su temple y su valor.
Condenémoslo a una muerte ignominiosa,
porque dice que hay quien mire por él».
El mensaje central de libro de Sabiduría 2, 12.17-20 resalta la persecución que sufren los justos por parte de los malvados. Los injustos, al sentirse confrontados por la conducta intachable y los principios del justo, buscan ponerlo a prueba mediante humillaciones, tortura y muerte, para verificar si realmente es protegido por Dios. Este pasaje refleja una actitud de burla y desafío hacia la fe y las promesas divinas, poniendo a prueba la confianza en la protección de Dios. Asimismo, se prefigura la persecución de los justos, que culmina en la muerte, como lo fue en el caso de Cristo, el Justo por excelencia.
Nuestro deber, de acuerdo con el pasaje de Sabiduría 2, 12.17-20, es mantenernos firmes en la justicia y la fe, a pesar de las persecuciones y desafíos que enfrentemos. Como el justo, estamos llamados a vivir de acuerdo con los principios divinos, denunciando lo que es incorrecto y siendo fieles a la verdad, aun cuando esto provoque rechazo o sufrimiento. Además, debemos confiar plenamente en la protección y el apoyo de Dios, sabiendo que Él cuida de sus hijos, aunque los malvados traten de poner a prueba esa fe.
La Lectura de la carta del Apóstol Santiago
Sant 3, 16–4, 3
Hermanos míos: Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia.
¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra. Y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios. O si se lo piden y no lo reciben, es porque piden mal, para derrocharlo en placeres.
El mensaje central de la Carta de Santiago 3, 16–4, 3 es una advertencia sobre los efectos destructivos de la envidia, las rivalidades y las malas pasiones que generan desorden, conflictos y toda clase de maldad. Santiago contrasta esta conducta con la sabiduría que
Pproviene de Dios, la cual se manifiesta en pureza, paz, comprensión, misericordia y sinceridad. Los pacíficos, aquellos que siembran la paz, cosechan justicia.
El apóstol señala que las luchas internas y externas surgen de los deseos desordenados y egoístas. Los conflictos, según él, no provienen de la falta de recursos, sino de la ambición desmedida y de pedir mal a Dios, con intenciones egoístas. El llamado es a vivir con sabiduría divina y a orar con un corazón recto, buscando los bienes que realmente conducen a la paz y a la justicia.
Nuestro deber, según la carta de Santiago 3, 16–4, 3, es buscar y vivir con la sabiduría que viene de Dios, la cual nos lleva a ser puros, amantes de la paz, comprensivos, misericordiosos, imparciales y sinceros. Estamos llamados a sembrar paz para cosechar frutos de justicia en nuestras relaciones y en la comunidad.
También se nos exhorta a rechazar la envidia, la ambición egoísta y las rivalidades que causan desorden y conflictos. Debemos controlar nuestras malas pasiones y deseos desmedidos, que nos conducen a guerras internas y externas. En lugar de buscar el placer egoísta, debemos orar con sinceridad, pidiendo a Dios con buenas intenciones lo que necesitamos para vivir en paz y armonía.
Evangelio según San Marcos Mc 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará». Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?» Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado».
El mensaje central del Evangelio segun Marcos 9, 30-37 destaca dos enseñanzas clave de Jesús a sus discípulos. En Primer lugar Jesús les anuncia su futura pasión, muerte y resurrección, mostrando que el camino del Hijo del hombre implica sufrimiento, pero también la promesa de la vida eterna. Sin embargo, los discípulos no comprenden estas palabras y tienen miedo de preguntar.
Segundo lugar, Jesús aborda el tema de la grandeza y el servicio. Los discípulos habían estado discutiendo sobre quién sería el más importante, y Jesús les enseña que la verdadera grandeza en el Reino de Dios no se mide por el poder o el prestigio, sino por la humildad y el servicio. Les dice que quien desee ser el primero debe hacerse el último y servidor de todos.
El gesto de tomar a un niño y ponerlo en medio de ellos simboliza la humildad, la inocencia y la falta de estatus social, características que Jesús valora. Acoger a los pequeños y vulnerables en su nombre es acoger a Cristo mismo, y por lo tanto, a Dios.
Al responder al Evangelio de Marcos 9, 30-37, nuestros deberes son:
1. Aceptar el camino de Jesús: Debemos estar dispuestos a seguir a Cristo, aceptando que su camino incluye sacrificio y humildad. Como sus discípulos, necesitamos comprender que la vida cristiana implica enfrentar el sufrimiento con la esperanza de la resurrección.
2. Practicar la humildad: Jesús nos llama a rechazar la ambición de grandeza personal y a buscar ser los últimos, sirviendo a los demás con generosidad. Nuestro deber es cultivar la humildad y poner las necesidades de los otros por encima de las nuestras.
3. Servir a los demás: Como Jesús enseña, la verdadera grandeza se encuentra en el servicio. Debemos estar dispuestos a ser servidores de todos, especialmente de los más vulnerables, como los niños y los marginados de la sociedad.
4. Acoger a los más pequeños: Jesús nos llama a recibir y cuidar a los más pequeños, no solo en sentido literal, sino también a quienes no tienen poder ni prestigio. Al hacerlo, acogemos a Cristo y a Dios mismo.
Estos deberes nos invitan a vivir con una actitud de entrega, humildad y amor hacia los demás, siguiendo el ejemplo de Jesús.