XXIII Domingo ordinario

Lectura del libro de Isaías 
Is 35, 4-7a
Esto dice el Señor:
»Digan a los de corazón apocado:
’¡Animo! No teman.
He aquí que su Dios,
vengador y justiciero,
viene ya para salvarlos’.

Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos
y los oídos de los sordos se abrirán.
Saltará como un venado el cojo
y la lengua del mudo cantará.

Brotarán aguas en el desierto
y correrán torrentes en la estepa.
El páramo se convertirá en estanque
y la tierra seca, en manantial».

El mensaje central de Isaías 35, 4-7a es uno de esperanza y consuelo para aquellos que están angustiados o desanimados. Dios promete venir como un salvador y redentor, trayendo justicia y liberación. Los signos de su llegada incluyen la sanación de los ciegos, sordos, cojos y mudos, y la transformación del desierto en un lugar fértil y lleno de vida. Es una proclamación de la restauración tanto física como espiritual que Dios ofrecerá a su pueblo, recordándoles que no deben temer, pues su salvación está cerca.

En base a la lectura de Isaías 35, 4-7a, nuestro deber es mantener la esperanza y la fe en Dios, incluso en tiempos de dificultad y sufrimiento. Debemos animar y consolar a los demás, especialmente a aquellos que están desanimados o enfrentan pruebas, recordándoles que Dios está presente y que su salvación llegará. También estamos llamados a confiar en la justicia y misericordia de Dios, creyendo que Él traerá restauración, curación y vida nueva en nuestras vidas y en el mundo.

La Lectura de la carta del apóstol Santiago
Sant 2, 1-5
Hermanos: Puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos. Supongamos que entran al mismo tiempo en su reunión un hombre con un anillo de oro, lujosamente vestido, y un pobre andrajoso, y que fijan ustedes la mirada en el que lleva el traje elegante y le dicen: «Tú, siéntate aquí, cómodamente». En cambio, le dicen al pobre: «Tú, párate allá o siéntate aquí en el suelo, a mis pies». ¿No es esto tener favoritismos y juzgar con criterios torcidos?

Queridos hermanos, ¿acaso no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?

El mensaje central de Santiago 2, 1-5 es una exhortación contra el favoritismo y la discriminación, particularmente basada en la apariencia externa o la riqueza. El apóstol Santiago llama a los creyentes a tratar a todas las personas con igualdad y dignidad, sin hacer distinciones entre ricos y pobres. Resalta que Dios ha elegido a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del Reino. Así, la comunidad cristiana debe reflejar esta igualdad y justicia, reconociendo el valor de cada persona ante Dios, sin juzgar según criterios mundanos o superficiales.

En base a la lectura de Santiago 2, 1-5, nuestro deber es evitar el favoritismo y tratar a todos con igualdad, independientemente de su estatus social, riqueza o apariencia. Estamos llamados a ver a cada persona como valiosa ante los ojos de Dios y a no juzgar ni discriminar basándonos en criterios superficiales. Debemos acoger a todos con respeto y amor, imitando la justicia y misericordia de Dios, quien no hace distinción entre ricos y pobres, y ha elegido a los pobres para ser ricos en fe. Así, debemos esforzarnos por vivir una fe auténtica, marcada por la igualdad y la inclusión.

La Lectura del santo Evangelio según san Marcos Mc 7, 31-37
En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «¡Effetá!» (que quiere decir «¡Abrete!»). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: «¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos».


El mensaje central del Evangelio según San Marcos 7, 31-37 es la manifestación del poder sanador y misericordioso de Jesús. A través del milagro de curar a un hombre sordo y tartamudo, Jesús demuestra su compasión y su poder divino. La palabra «¡Effetá!» (¡Ábrete!) simboliza no solo la apertura física de los oídos y la lengua del hombre, sino también una invitación a la apertura espiritual para recibir la gracia de Dios. La reacción de la gente, asombrada y proclamando las maravillas de Jesús, refleja que Él transforma vidas de manera profunda, restaurando la plenitud y dignidad de las personas.

En base a la lectura del Evangelio de Marcos 7, 31-37, estamos llamados a vivir con una apertura constante al poder sanador y transformador de Jesús en nuestras vidas. Por lo tanto debemos:
1. Confiar en la misericordia de Jesús: Así como la gente llevó al hombre enfermo ante Jesús con fe, nosotros también debemos confiar en su capacidad para sanar nuestras heridas físicas, emocionales y espirituales.

2. Buscar la sanación integral: La sanación que Jesús ofrece no es solo física, sino también espiritual. Debemos estar abiertos a que Él transforme nuestros corazones, liberándonos de aquello que nos impide escuchar su palabra y comunicar su amor a los demás.

3. Proclamar las maravillas de Dios: Aunque Jesús pidió discreción, la gente no pudo contener su asombro. De igual manera, debemos dar testimonio de las obras de Dios en nuestra vida, compartiendo su bondad y misericordia con los demás.

4. Vivir en compasión hacia los demás: Siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos acercarnos a aquellos que sufren, ofreciéndoles apoyo y llevándolos espiritualmente o físicamente ante el Señor para que Él los toque y transforme.

En resumen, estamos llamados a vivir con apertura, fe, compasión y un espíritu de testimonio, reconociendo y compartiendo el poder transformador de Jesús.

Rezamos a la Virgen Maria en este dia

Oh Santísima Virgen María,
en este día glorioso celebramos tu nacimiento,
elegida desde toda la eternidad para ser la Madre del Redentor.
Tú eres el amanecer que precede al sol de justicia, Cristo nuestro Salvador.
Intercede por nosotros, oh Madre amorosa,
para que seamos dignos de las promesas de tu Hijo. Alcánzanos la gracia de imitar tus virtudes y de vivir en la pureza, la humildad y el amor que siempre te caracterizaron.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.

Amén.